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24 Agosto 2023
Es imperativo dirigir las inversiones financieras hacia la mitigación de este momento de extrema amenaza para la vida en el planeta.
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Desde que el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, declarara que hemos entrado en una “era de ebullición global”, las alarmas mundiales han sonado con más fuerza. Este nuevo término se refiere a un estado del cambio climático en el que las temperaturas globales son extraordinariamente altas, señalando que la crisis ambiental ha llegado a un punto crítico. Con la temperatura promedio global más alta registrada en julio y con niveles estimados sin precedentes en 120.000 años, las consecuencias ya se observan en la salud de las personas, el medio ambiente y la economía.
Pero ¿qué papel juega la industria financiera en este paisaje apocalíptico? En una palabra: enorme.
Las instituciones financieras tienen el poder de orientar los flujos de capital hacia las soluciones para enfrentar esta crisis. Entre las estrategias viables, la aceleración de los créditos verdes es una de las más prometedoras. En términos muy simples, un crédito verde consiste en un financiamiento cuyo uso de fondos está destinado a proyectos que buscan apoyar el proceso de descarbonización. Ejemplificando esto, Banco Santander aumentó su cartera de créditos verdes en Chile de 230 millones de dólares en 2022 a 530 millones de dólares en lo que va del año, un notable incremento del 130%. Queda mucho espacio para que todos en la industria continuemos avanzando, en especial, en nuestro país, que cuenta con importantes recursos naturales (como litio, cobre y tierras raras) requeridos para llevar a cabo las estrategias de descarbonización a nivel global, en adición al tremendo potencial de generación de energías renovables que tenemos como país. Aumentar la oferta de estos préstamos es solo la mitad de la batalla. Necesitamos además crear un círculo virtuoso donde la demanda de proyectos sustentables se incremente de igual manera. La contribución que pueden hacer grandes empresas hasta las personas, a través de la elección de viviendas familiares con sistemas de energías limpias y/o más eficientes energéticamente pueden tener efectos significativos en los próximos años. Es lo que en Santander nos hemos propuesto al decir que queremos acompañar a nuestros clientes en la transición hacia una economía más verde.
Para atraer a los inversores, estos proyectos deben tener objetivos que sean medibles, relevantes y ambiciosos, entre otros, en términos de su huella de carbono. Este requerimiento debería extenderse a toda la cadena de suministro, solicitando a los proveedores que tomen medidas para avanzar en este recorrido. Esto supone un desafío considerable, ya que en el mundo de la sostenibilidad los parámetros de medición son múltiples y a menudo contradictorios.
Una solución a este problema radica en la estandarización de los criterios para otorgar préstamos verdes. Este proceso requiere la participación y el acuerdo de todos los actores involucrados, incluyendo a los bancos, entes públicos y reguladores y los beneficiarios de los préstamos. Con un conjunto consensuado de medidas, el camino hacia una economía verde será más claro y directo.
No se trata de ser pesimistas, sino de reconocer la realidad de nuestros tiempos. Solo basta ver la realidad de nuestro país, luego de los últimos sistemas frontales que han aquejado a la zona centro y sur del país. Los veranos extremadamente cálidos en Europa, las temperaturas que superan los 55 grados en lugares como el Valle de la Muerte y los días que no parecen invernales en Chile, son testimonio de la amenaza real que el calentamiento global representa para la vida en la Tierra.
La industria financiera, con su capacidad de influir en el cambio económico a gran escala, puede y debe desempeñar un papel vital en la lucha contra este fenómeno. A través de medidas efectivas y un compromiso con la sostenibilidad, la banca tiene el poder de marcar la diferencia en esta era de ebullición global.
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