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01 Noviembre 2025
La riqueza no es un trofeo del corto plazo; es un proceso con propósito. Y, como tal, mejora cuando se automatiza.
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¿Cuántas veces fracasa el propósito de ahorrar a fin de mes? El problema no fue la intención, sino el sistema. El ahorro no debe depender del ánimo. Podemos debatir portafolios, indicadores o “timing”, pero la verdad incómoda es que gran parte del resultado proviene de una sola decisión bien ejecutada: automatizar la disciplina.
El punto de partida no es encontrar “el activo perfecto”, sino definir el propósito del dinero: ¿cuándo lo voy a usar y en qué? Cuando el dinero tiene fecha y sentido, aparecen naturalmente tres bolsillos: seguridad (corto plazo), para lo inevitable y cercano; estilo de vida (mediano plazo), para sostener y mejorar la calidad de vida en el tiempo y, por último, aspiraciones, para transformar la historia personal en el largo plazo. Cada uno tiene reglas distintas de liquidez y riesgo y cada cartera tiene sus propios objetivos. Ese es el corazón de este tipo de planificación. Quien invierte con esta lógica deja de ver la rentabilidad como una competencia semanal y empieza a medir el éxito como probabilidad de cumplir metas.
Con supuestos conservadores —7% anual, capitalización mensual—, un aporte único de $10.000.000 alcanza unos $20,1 millones en 10 años. En cambio, $200.000 automáticos cada mes acumulan entre $34,6 y $34,8 millones en el mismo período. ¿Cuándo supera la constancia al golpe perfecto? Cerca del quinto año. Para quien espera una oportunidad mágica, es un balde de agua fría. Para quien entiende el proceso, es una ventaja injusta.
Y ese 7% no es antojadizo. Para Chile, esa tasa de planificación en un portafolio equilibrado y diversificado globalmente (35% renta variable, 65% renta fija) es razonable. No es una promesa, es un supuesto prudente para calcular aportes y probabilidades de éxito. La coherencia por bolsillos también ayuda: seguridad (corto plazo) con tasas bajas y alta liquidez; estilo de vida (equilibrio) cerca de 6%–7% nominal; aspiraciones (más riesgo, largo plazo) algo más alto.
Aquí entra la tecnología como aliada. Cuando llega el sueldo, un cargo automático previamente programado se encarga de distribuirlo en cada bolsillo, eliminando así la fricción de aportar. ¿Cómo hacer esto? Configurando un débito automático desde la cuenta corriente para que todos los meses aporte a los fondos mutuos asignados a cada objetivo. Además, aumenta la fricción para retirar: cuentas separadas, 24 horas de espera y sin notificaciones que tienten a sacar el dinero.
El interés compuesto no responde a impulsos ni opiniones, sino que a hábitos. Funciona lento al principio, casi invisible… pero, con el tiempo, empieza a rendir sobre sí mismo y la curva se acelera.
La riqueza no es un trofeo del corto plazo; es un proceso con propósito. Y, como tal, mejora cuando se automatiza. Definir fechas y para qué, crear bolsillos, activar cargos, subir el aporte cada año y cuando se mire atrás dentro de una década, se descubrirá que no fue un gran acierto lo que hizo la diferencia, sino cientos de aciertos pequeños, programados y repetidos. Ahí vive el verdadero interés compuesto: en el dinero… y en los hábitos.
Publicado en The Corporate Reviews.
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