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10 Septiembre 2025
La evidencia histórica es clara: en portafolios diversificados globalmente y con horizontes consistentes, los episodios de estrés han sido transitorios.
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Cada cierto tiempo, el mercado entra en pánico. Surgen titulares de catástrofe, los analistas se polarizan, las redes amplifican el ruido y muchos sienten que el piso se mueve. A veces el sobresalto es global, como la crisis asiática, Lehman Brothers, la pandemia o guerras; otras veces es local, como por eventos políticos, reformas, inflación, sequías o protestas. Pero el guion se repite: volvemos a creer que “esta vez sí es distinto”.
Con cada susto vuelven también las reacciones: liquidar por miedo, postergar decisiones “hasta que aclare el panorama” o lanzarse detrás de supuestas oportunidades. Lo que rara vez se hace es evaluar con calma el impacto real de esas decisiones en el portafolio y, sobre todo, en el horizonte de inversión.
Hablo desde la experiencia de haber acompañado fuerzas comerciales especializadas en inversiones en dos países, en contextos muy distintos. Y aunque suene simple, uno de los consejos más sólidos sigue siendo este: si el portafolio está bien diversificado y alineado con objetivos, los mercados tienden a recuperarse con el tiempo. Con un matiz importante: no todos los activos ni países se recuperan igual. Por eso, la diversificación global y una asignación coherente con el perfil de riesgo no son un lujo, sino una necesidad. Esto se alinea con estructurar carteras por objetivos, no por titulares.
La evidencia histórica es clara: en portafolios diversificados globalmente y con horizontes consistentes, los episodios de estrés han sido transitorios. La paciencia y la disciplina suelen ser recompensadas; la táctica de entrar y salir por intuición, no. La disciplina, más que el golpe de suerte, es la ventaja compuesta que marca la diferencia en el largo plazo.
Hoy no es la excepción. Los índices accionarios están en máximos y crece el temor a una corrección. Vender puede parecer prudente, pero también implica renunciar al impulso de un ciclo que podría continuar. A la vez, la renta fija tradicional ha perdido parte de su rol como refugio: déficits fiscales tensan las tasas, empinan las curvas y debilitan la protección de algunos bonos. La clave ya no es decidir entre tener bonos o no, sino cómo tenerlos: duración adecuada, emisores de calidad, cobertura inflacionaria como la UF y baja concentración.
Como tantas veces, vuelve la idea de la “próxima crisis”. Nadie quiere quedarse fuera del último tramo alcista, pero todos temen salir tarde. Esa tensión, protegerse o capturar la última milla, domina muchas decisiones. Pero construir portafolios desde esa lógica reactiva, más emocional que estratégica, es prácticamente imposible.
La ironía es que los mejores puntos de entrada suelen aparecer en medio del pánico. Pero esas ventanas rara vez son evidentes para el inversionista promedio, atrapado entre el estruendo mediático y el análisis coyuntural. Así se pierden activos que, en el caos, cotizan a precios extraordinarios. Recuerdo cuando los futuros del WTI llegaron a terreno negativo en 2020 por problemas de almacenamiento: pocos vieron una oportunidad. El rebote posterior fue rápido y significativo. Detectar estos momentos exige una mirada profesional y, sobre todo, una arquitectura emocional que no todos tienen.
Aterrizando en Chile, este año no es distinto. Estamos en un año electoral. La combinación de activos en UF, un sesgo a calidad en renta fija local y diversificación global en renta variable sigue siendo una columna vertebral razonable. El IPSA es sensible a flujos globales y a noticias domésticas, y el ciclo de Tasa de Política Monetaria influye en precios y expectativas. En ese entorno, rebalancear con método pesa más que adivinar el titular de la semana.
El mensaje de fondo no cambia: la volatilidad y los ciclos persisten. La tarea no es anticipar el próximo shock, sino construir carteras que lo resistan. Eso implica tener reglas claras, procesos definidos y liquidez operativa que permitan aprovechar dislocaciones. También exige priorizar objetivos por probabilidad de éxito, mantener bandas de rebalanceo y evitar decisiones apresuradas.
Porque la incertidumbre no se va. El inversionista que lo asume y se enfoca en diversificación, disciplina y objetivos claros no necesita acertar con el timing perfecto. La ventaja duradera proviene de la estrategia, no de la adivinación.Publicado en El Mercurio Inversiones.
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