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07 Septiembre 2020
No lo perdamos de vista: la magnitud del desafío requiere del concurso de todos y ese todos involucra al país completo, sin excepciones.
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Un país pobre no puede soñar con soluciones de país desarrollado, por muy buenos y loables que sean sus propósitos. Eso no significa renunciar a la equidad ni a la justicia social. Se trata de reconocer oportunidades y limitaciones, de sostener liderazgos que no dependen de los like en redes sociales, de tener el coraje de mantener medidas que pueden parecer impopulares, pero que se toman en razón de un bienestar sostenible y de largo plazo.
Chile necesita generar crecimiento para impulsar la reactivación, pero hay que hacerlo con criterios de realidad. Es decir, sin desconocer todo lo que hemos avanzado y construido con mucho esfuerzo entre todos a lo largo de las últimas décadas, pero también identificando aquellas ilusiones que nos llevaron creer que la pobreza era un tema superado.
La pandemia dejó al descubierto nuestra fragilidad como país. Nos habíamos acostumbrado a hablar de una clase media que había alcanzado una serie de logros. Tanto así, que nadie en la última campaña presidencial mencionó la superación de la pobreza como una tarea pendiente: eliminamos la pobreza del discurso público y quisimos creer -forzosamente- que éramos un país de clase media. Incluso el estallido social de octubre se interpretó como un dolor de país desarrollado.
Pero la verdad es que Chile es hoy un país más pobre, más dividido y en el que no hay un camino claro sobre cómo reconstruir de una manera más consistente. Por eso, cuando las fragilidades asoman con crudeza como ocurre hoy, resulta preocupante la debilidad del debate y el desacuerdo que crispa el diseño de políticas. No lo perdamos de vista: la magnitud del desafío requiere del concurso de todos y ese todos involucra al país completo, sin excepciones, lo que significa la participación del gobierno, el Parlamento, la academia, los trabajadores y por supuesto las empresas, de todos los tamaños, que tenemos la enorme tarea de impulsar la inversión y el empleo, que tanto se necesitan hoy.
Seguir centrados en la coyuntura, lo que está muy bien de cara a la emergencia, no puede hacernos perder la perspectiva de los tiempos que siguen. Y necesitamos empezar pronto esa conversación, incluso antes que comience el apretado itinerario de elecciones de autoridades locales, regionales y nacionales que tendrá a Chile en los meses que vienen. El tiempo electoral casi nunca permite una conversación desinteresada y se nos está pasando el calendario más rápido de lo que nos alcanzamos a dar cuenta.
Me gustaría pensar que esa gran conversación podría darse como antesala al plebiscito para definir si Chile quiere o no una nueva constitución. Un diálogo con altura de miras que permita establecer las bases de un nuevo trato que vaya más allá de una buena fotografía de un momento. Tenemos que ser capaces de conversar los temas, concordar las reglas y acatarlas, recuperar el respeto entre todos. No hay otra forma de generar un país más equitativo y viable que con una institucionalidad clara y con solidez democrática.
Necesitamos recuperar el sentido más profundo de ser país, de dejar de ser individualidades en que vamos rotando y aplaudiendo liderazgos erráticos o que se amparan en el populismo. Necesitamos volver a dar forma a un proyecto común y aprovechar la crisis para asumir proyectos audaces que como país signifiquen ir reconstruyendo bases sólidas de desarrollo, de innovación y de oportunidad.
No podemos desconocer que mantener un ambiente estable y reglas claras es lo que necesita el país para su reactivación, porque en los próximos meses y años, vamos a tener que reconstruir todo lo perdido y ojalá reducir el amplio margen de brechas que han quedado al descubierto.
Publicado en El Mercurio.
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