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05 Diciembre 2025
Contar con educación financiera mejora el bienestar individual: permite gestionar el dinero con eficacia, usar el crédito de manera responsable, ahorrar e invertir con criterio. Pero también tiene una dimensión colectiva.
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Mucho se ha dicho sobre el bajo nivel de alfabetización financiera en Chile, pero menos sobre lo generalizado que es este déficit en distintas economías, géneros y grupos etarios. El punto central no es solo constatar la brecha, sino comprender el costo que implica no contar con conocimientos financieros —a nivel individual y colectivo—, y qué iniciativas pueden revertir esta situación.
El reciente informe global sobre educación financiera publicado por Grupo Santander revela datos preocupantes: uno de cada tres adultos siente inseguridad al manejar su dinero y, aun así, solo el 20% ha realizado algún curso en materias financieras. Esta realidad es relevante porque la educación financiera ayuda a cerrar la distancia entre la confianza percibida y el conocimiento real. En Chile, 63% cree estar informado, pero apenas 29% responde correctamente preguntas básicas sobre inflación o tasas de interés. Esto puede llevar a decisiones equivocadas y a una evaluación errónea de riesgos.
Contar con educación financiera mejora el bienestar individual: permite gestionar el dinero con eficacia, usar el crédito de manera responsable, ahorrar e invertir con criterio. Pero también tiene una dimensión colectiva. Una ciudadanía informada redistribuye mejor el ahorro, diversifica riesgos y facilita el financiamiento de actividades productivas. Según el mismo reporte global, el principal tema financiero que las personas desearían haber estudiado en la escuela es sobre inversión y, en muchos mercados, menos de la mitad ha utilizado algún tipo de producto relacionado, lo que evidencia una demanda clara y persistente. En economías donde la cultura de inversión está más arraigada —como Estados Unidos, donde 62 % de los adultos invierte en acciones, según Gallup— se observan ventajas en acumulación de capital y resiliencia financiera familiar.
Otro punto crítico es la formación para trabajadores por cuenta propia, emprendedores y pymes, quienes enfrentan desafíos adicionales en la gestión de impuestos y presupuestos. Estudios proyectan que en la próxima década este segmento, que hoy representa el 40 % de la fuerza laboral, será aún más relevante, por lo que es vital que cuenten con habilidades necesarias para la sostenibilidad de sus negocios. Es más, un estudio en el Reino Unido estima que priorizar la alfabetización financiera podría añadir 7.000 millones de libras anuales a su economía.
Eliminar barreras es prioritario. El costo y la falta de tiempo son los principales obstáculos para acceder a formación financiera, por lo que la oferta debe ser flexible, asequible y adaptada a distintos segmentos. Además, la coordinación público-privada puede ampliar el alcance y garantizar calidad. Integrar la educación financiera en el currículo escolar desde la educación básica es clave, ya que lo aprendido tempranamente tiene efectos duraderos en la toma de decisiones.
En suma, invertir en alfabetización financiera no es un gasto: es una inversión social que mejora la asignación del ahorro, amplía el acceso a instrumentos financieros y contribuye a un crecimiento más inclusivo. Sector público, privado e instituciones educativas deben priorizar programas desde la infancia hasta la formación continua. La oportunidad es clara; no aprovecharla sería renunciar a un motor probado de desarrollo económico.
Publicado en El Mercurio Inversiones.
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