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16 Mayo 2025
Medir la velocidad de los precios no es trivial. Primero, porque no todos los meses son iguales: hay estacionalidad.
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Habitualmente, la prensa publica la inflación anual, abordando cuánto subieron los precios en los últimos doce meses. Es una cifra muy útil, pero dice poco sobre qué está ocurriendo en el margen, en los periodos más recientes. La inflación anual es básicamente la suma de doce meses de datos y podemos llegar al mismo número con trayectorias muy distintas.
Es como manejar y mirar solo el cuentakilómetros. Saber que recorrimos 120 kilómetros en dos horas nos dice algo, pero no si estamos acelerando o frenando. Tal vez íbamos a 80 km/h y ahora a 40. Sin mirar el velocímetro -la velocidad actual- no sabemos si mantendremos el ritmo. Con la inflación pasa lo mismo: la cifra anual muestra el camino recorrido, pero para entender la rapidez es clave observar los últimos meses.
Medir la velocidad de los precios no es trivial. Primero, porque no todos los meses son iguales: hay estacionalidad. Algunos productos tienden a subir en ciertos momentos del año y a bajar en otros. Para aislar estos efectos, se necesita utilizar series desestacionalizadas, que permiten aislar esos efectos. En países como Estados Unidos estas cifras ya se publican regularmente por parte de las instituciones que elaboran las estadísticas mientras que en Chile sería positivo tener una medida oficial.
El segundo desafío es el ruido propio de los datos mensuales. Incluso desestacionalizados, pueden ser volátiles. Por eso, es recomendable observar indicadores más estables, como la inflación sin volátiles -que es una medida que excluye los productos o servicios cuya variación de precios es considerada poco informativa para la tendencia- y calcular promedios móviles de tres meses. Así, se revela con mayor claridad el ritmo subyacente de los precios.
Durante el ciclo inflacionario de fines de la pandemia, la velocidad fue un buen indicador adelantado. Ya en 2021, las cifras mensuales comenzaron a mostrar una aceleración clara, antes de que la inflación anual alcanzara su máximo. Esa señal temprana fue uno de los elementos que permitió al Banco Central ser uno de los primeros del mundo en iniciar un ciclo de alzas de tasas.
En lo que va de 2025, las estimaciones de velocidad muestran buenas noticias: la inflación subyacente se mueve en torno al 2% anualizado. No significa que se mantendrá así, pero sí refleja una desaceleración que da buenas perspectivas para la convergencia a la meta del 3%.
El panorama para el componente volátil del IPC es algo más incierto. Los valores internacionales de los combustibles han caído y el tipo de cambio está relativamente estable, lo que ayudaría en el corto plazo. En contraste, se espera un alza en las tarifas eléctricas hacia el segundo semestre y no puede descartarse una baja en el primer semestre del próximo año.
Con una inflación sin volátiles avanzando a velocidad crucero y un componente volátil con efectos acotados, todo apunta a que cerraremos 2025 en torno al 3,7%, con una convergencia más clara hacia el 3% durante los primeros meses de 2026.
La inflación ya no corre como antes. Más allá del dato anual que domina los titulares, la clave está en medir la velocidad con la que los precios se mueven hoy. Para anticipar decisiones y ajustar expectativas es imprescindible mirar el velocímetro, no solo el cuentakilómetros.
Publicado en Diario Financiero.
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